Pachakutiq’

“Háblale a las hojas de Coca” Dijo el anciano. Y del montón tomé solo las más hermosas, las completas y las que menos huecos tenían. Continuó el viejo: “Acércalas a tu boca y susurra lo que deseas, lo que quieres, lo que necesitas para tí y tus seres queridos. La Coca es como la mujer que te ama con dulsura y ella intercederá por tí ante Pachamama, lo hace para que lo que pides se cumpla. Es la mensajera de los hombres a los dioses. Toma cuantas hojas quieras y pídeles cuantos deseos quieras, de cualquier índole, todos ellos se cumplirán”.

Me tomé mi tiempo seleccionano las hojas y los pedidos, pensé en cada uno de mis amigos y familiares, en las penas que sufren y en las alegrías que quiero para ellos. Pensé y sentí mis necesidades, mis falencias, mis metas y la felicidad que quiero para mí… lentamente tomaba una hoja de Coca y la ponía a escasos milímetros de mi boca y con la voz baja, casi como un soplo, le contaba lo que mi corazón pedía.

Claridad, humildad, bondad, salud, dinero, placer, proporción, amor, compañía, inteligencia… Miles de palabras surgían en mi cabeza y se filtraban en mi pecho, luego les agregaba un nombre, como queriendo regalar aquella palabra a esa persona.

“Ahora, deposíta ese puñado de hojas en el trozo de lana. Ellas se juntarán con los deseos y peticiones de los otros acá presentes. Todas esas hojas serán consumidas esta noche por Pachamama y através de ellas, la Diosa escuchará nuestras plegarias y pedidos. La hora pronto se acerca” concluyó el viejo. Mientras tanto en aquel tejido, se iban menzclando papa y chicha; y luego la carne sagrada de la Llama. A media noche ese plato se le serviría a la Madre Tierra. Afuera sonaban las flautas de madera seca.

Salgo de la casa, ahí estan mis acompañantes… solemnes y callados ven el nacer del fuego, Pachamama tiene hambre y reclama su bocado. El trozo de lana cae en la hoguera y va reduciendo todo su contenido a cenizas. Lentamente todo desaparece y los deseos se van con el humo.

“Es el momento. Ahora La Diosa tiene sus oídos abiertos, quiere escuchar de tí las gracias por todos los dones que te ha dado y quiere sentir de parte tuya todo el afecto que le tienes… anda, díselo”.

Me arrodillo y apoyo mis manos en el suelo, como diciendo un secreto hablo a la tierra: “Gracias madre por cada día, por cada sol, por oirme y por guiarme, por mostrarme flores y animales, por presentarme los ojos de una bella mujer, por mis padres y sus padres, y los ancentros de ellos, por mis amigos y su cariño, por mis sentidos, por el barro del que estoy hecho. Gracias por demostrar que la soledad no existe, que la eternidad está en el cielo, en las estrellas. Gracias por los caminos recorridos y los que he de recorrer. Gracias por dejarme hablar hoy contigo. Bendíceme y bendice a todo aquel que se cruce en mi vida, que yo sirva de buen ejemplo, que no me pese la conciencia y que la debilidad nunca gane, ayudame a tener siempre una buena palabra y un buen corazón. Genera en mí el cambio que me hará crecer…”

Cuando termino estas palabras, me levanto y observo el concierto de estrellas y luces, miles de constelaciones bailan para mis ojos e iluminan mi frente. El corazón se sobresalta, se me quiere salir y se escapa con una sonora carcajada.

El viejo pone suavemente su mano en mi hombro y me dice muy alegremente: “Hermano mío, esta experiencia es enriquecedora para tí y para otros, haz lanzado al mundo tu buena energía, tus buenos deseos y todos ellos transformarán a los seres que más quieres. Mañana, cuando tomes camino de regreso sabrás que tu vida ha cambiado y volverás a tu origen más alegre e iluminado…”

A Pachakuti: hombre del cambio y del equilibrio.

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